No puedo negar mi felicidad en estos últimos días, en gran parte motivada por un galardón, que considero injustificado, de la Sociedad Española de Neurología, otorgándome la mención de honor de la misma por mi contribución en esta Especialidad en nuestro país. Me hicieron entrega del mismo, el pasado día 23 de mayo, en las I Jornadas Institucionales que la sociedad desarrolló en Salamanca y en las que tuve el placer de participar. Quiero expresar mediante este post mi más sincero agradecimiento por tan excelso honor a un humilde médico de familia como el que suscribe y mi más profundo reconocimiento a la Neurología española y, sobre todo a los últimos presidentes que tan dignamente la han representado, el Dr. Jerónimo Sancho y el Dr. Jorge Matías. Vaya mi reconocimiento, agradecimiento y consideración.
Pero, debido a esta situación de alianza emocional con la neurología española, no puedo por menos que alzar mi voz contra lo que considero una “tropelía política” contra la misma. En mi anterior etapa como presidente de una sociedad médica, fui uno de los propulsores del proyecto de troncalidad de especialidades, donde se ponía en blanco sobre negro, cómo se debía planificar, organizar y ejecutar las distintas especialidades medicas, para dar cobertura a la Ley de Ordenación de Profesiones Sanitarias del año 2003, la archifamosa LOPS. Han pasado 10 años y aún estamos en la fase inicial de este proceso, aunque hemos avanzado enormemente en la aglutinación en troncos, áreas de capacitación y resto de organización para poder desarrollar este objetivo.
El proyecto ha estado contaminado por algunos debates artificiales, como la creación de la especialidad de urgencias, por algunas reivindicaciones históricas, como la creación de la genética y las especialidades de infecciosas y psiquiatría infantil y por la más absoluta falta de liderazgo del Consejo de Especialidades, que como un barco a la deriva, ha fluctuado entre la agonía, el desasosiego y el conformismo.
Como resultado de todo ello tenemos situaciones esperpénticas, como la que denuncio hoy, y que consiste en que la formación de los jóvenes neurólogos esté precedida por 2 años de rotación intensa por medicina interna y otras disciplinas clínicas, dejando tan solo 2 o 3 años para la formación especializada. La situación se puede resumir en “sea neurólogo en dos años”, el resto ya se verá.
Considero una insensatez de calibre mayúsculo creer que la neurología y las ciencias del cerebro pueden impartirse y aprender sus conocimientos, destrezas y aptitudes sólo en dos años. Los grandes avances tecnológicos, la difuminada frontera entre cerebro y mente, los procesos degenerativos, el abordaje del paciente crónico…, hacen que tengamos que tener especialistas en neurología bien formados y, dos años son claramente insuficientes.
Por eso desde la “autoridad moral” que me arrogo, por mi conocimiento de la excelente neurología española y sobre todo, por ser yo un médico generalista, reivindico y reivindicaré una neurología potente con una formación acorde a las demandas de una población cada vez más exigente. Para ser generalistas ya estamos otras especialidades, como los internistas y los médicos de familia.