Poco compromiso, poco trabajo, mucha crítica

El “sólo sé que no se nada” socrático se ha transformado en la sociedad contemporánea en “yo soy el que más sabe y los demás no tienen ni idea”; todo un elogio a la estupidez y cicatería humana.

En estos últimos días insistentemente golpea mi mente la famosa frase del frontispicio de Delfos, atribuida al genial Sócrates: “solo sé que no se nada”, como un aserto lleno de “sapiencia e intensidad”. El hombre sabio es el que es consciente de su limitación y, desde su más absoluta humildad, reconoce la grandiosidad de la realidad y la complejidad de su naturaleza y la de sus semejantes.

Ojeando a primera hora de la mañana los periódicos del sector, no sin cierta desidia, me sorprendo al contemplar la insensatez e ignorancia de algunos “supuestos dirigentes de la sociedad civil”. Representantes del mundo científico que llevan en la esfera de la ciencia más de 20 años, y que recientemente por haber accedido al mundo de la gestión de su sector, se permiten, en un encuentro con periodistas, criticar y tirar por tierra la gestión de sus predecesores, justo en el ámbito que a ellos les correspondía haber potenciado durante esos años de gestión de los otros (ya se sabe que “la mejor defensa siempre es un buen ataque”). No aportan ideas innovadoras, ni dicen cómo quieren llevar a cabo su nuevo proyecto, solo “descalifican por descalificar”, críticas vertidas en el calor del autobombo y el egocentrismo fatuo. ¿Es que estos señores científicos no saben que la ciencia, al igual que en cualquier otra empresa humana, solo se avanza apoyándose en el trabajo de los que nos preceden? Claro, que si los que preceden en dicha materia son ellos mismos, no me sorprende que tengan que “echar balones fuera”.

En la misma página, me encuentro a un alto cargo de una corporación profesional que después de más de 10 años de gestión ineficiente de sustitución,  parece haber encontrado la luz y opta como candidato a presidir dicha organización,  prometiendo un giro estratégico en el rumbo de la misma, ¿conversión  mística o delirios de grandeza?.

Ambos ejemplos muestran la incoherencia del ser humano cuando éste no está animado por valores morales y por las grandes ideas que albergan la mente humana virtuosa. A todos ellos, humildemente les recomiendo que lean con intensidad la ética de Aristóteles, donde se dice que el hombre virtuoso es el hombre que equilibra y armoniza su naturaleza con el cosmos, exigiéndose para ello humildad, prudencia, templanza y, ante todo, valentía.