Siempre me ha apasionado reflexionar sobre el sustrato real de la existencia. La idea es muy clara, aunque la respuesta es mucho más compleja: ¿el mundo que nos rodea y percibimos, es tal y como lo percibimos y vivimos? El ser humano se pone en contacto con la existencia y en definitiva con la vida, a través de sus sensaciones que entran en nuestro cerebro a través de los sentidos y nuestro cerebro trasforma esas sensaciones en percepciones y es aquí cuando nuestro cerebro y nuestra mente se hace una composición de lugar del mundo que está percibiendo. Por ello en justicia y puridad, cada individuo percibe un mundo en función de cómo piense que es ese mundo. No existe una percepción pura y no intoxicada por la estructura de nuestro cerebro, por como pensamos, quienes somos, como nos representamos la realidad y lo que es aún más importante, por el nivel de desarrollo de nuestra consciencia. Y es aquí donde en este apasionante siglo XXI se pone de manifiesto uno de los más apasionantes campos de estudio y reflexión como es el campo de la consciencia que engloba disciplinas tan heterodoxas como la neurología, la psicología, la física, la antropología, la filosofía y la lingüística. Presumimos de saber lo que es la consciencia, pero nos resulta difícil concretar que es, quien la produce y como funciona. Cada día que pasa en la evolución del pensamiento acerca de la consciencia se nos hace más difícil creer que la consciencia es simplemente un epifenómeno del cerebro y por lo tanto tendremos que clarificar que parte ocupa el cerebro como generador de la mente y a su vez, ambos como generadores y productores del flujo de La consciencia.
Que un caracol tiene una representación del mundo muy distinto a un ratón y este a su vez una representación del mundo muy distinta de un humano, es tan cierto como que la representación del mundo de un griego de la época de Sócrates difiere mucho de cómo un abogado de Nueva York contempla tu mundo. Ambos, abogado y Sócrates, son hombre dotados de un cerebro en perfectas condiciones e intacto en su estructura neuronal, ambos tienen una personalidad propia con una vida psíquica determinada, pero es bastante probable que su consciencia sea distinta. Lo mismo que es distinta la consciencia de Buda que la de un pobre que vive en las calles de Madrás.
Si nos percatamos, la consciencia es lo que nos hace no solo estar en el mundo, sino reflexionar sobre él y contemplarlo con todos nuestros sentidos. Una pequeña hormiga no puede abarcar el conocimiento de la mecánica cuántica, al igual que una persona moderna contempla el mundo de las cruzadas con interés histórico, pero sin llegar a poder alcanzar la vivencia de una humilde persona que asediaba las murallas de Jerusalén para rescatarla de manos de Saladino. El estudio y desarrollo de la consciencia nos enfrenta no solo a nuestro mundo, sino a poder vislumbrar cual puede ser la visión futura de nuestro mundo en las próximas décadas. Yo por edad, he tenido la suerte de estar acabalgado entre dos mundos, el mundo del siglo pasado donde en mi ciudad aun circulaban coches de caballo y tranvías y haber podido vivir la eclosión de internet, el big data, el desciframiento del código genético humano y tantos otros avances de la ciencia. Es por ello que afirmo que estamos en un periodo de cambio, de trasformación y de mutación de la consciencia que es lo que propone el atrevido libro del otrora cantante y bajista del grupo rock Blondi, Gary Lachman, “la historia secreta de la consciencia”, un libro que nos ayuda a conocer la consciencia y los personajes de la historia que han hecho aportaciones interesantes en esta área de conocimiento epistemológico. Gary Lachman se ha convertido en los últimos veinte años en un referente de la cultura de la espiritualidad y del estudio de la consciencia.