Cuando un explorador se convierte en filósofo, el caso de Erling Kagge

Siempre me ha llamado la atención las grandes aventuras de los exploradores de siglos pasados que valientemente arriesgaban su vida por descubrir tierras no pisadas por la civilización. Mi generación fue muy influida por los relatos de Julio Verne y por las descripciones de los grandes exploradores del Ártico y del continente africano. Nombres emblemáticos de leyenda como Roald Amundsen, Richard Burton o David Livingston llenan nuestro imaginario de aventura, liderazgo, valentía y esfuerzo.

Si a cualquiera le preguntáramos por un explorador contemporáneo, apenas nos sabrían dar un nombre. Si a alguien le preguntamos si conoce a Erling Kagge, pocos sabrían quién es y sus paisanos noruegos dirían que es el dueño de una de las editoriales más prestigiosas de aquel país y uno de los mayores coleccionistas de arte, pero Kagge, ante y sobretodo es uno de los mayores exploradores de nuestro siglo y un gran filósofo estoico contemporáneo. Podríamos afirmar que Kagge se convirtió en filosofo sin saberlo y sin quererlo, pero los hielos y el paisaje han modelado un carácter, una forma de ser y ver el mundo que le hacen ser un personaje a tener en cuenta. Dentro de sus logros podemos decir que ha sido la primera persona en alcanzar los tres polos, es decir el polo norte, el polo sur al cual llego solo caminando y en un absoluto estado de aislamiento comunicacional (sin radio, sin teléfono…) y la cima del Everest. Aunque Kagge ha realizado otras proezas exploradoras, a sus 59 años dice que su mayor aventura es su familia y sus tres hijas. Hombre de prestigio en el mundo editorial y artísticos, ha escrito varios libros que narran su pensamiento y como su forma de entender la vida ha sido condicionada por sus viajes, a destacar: “Filosofía para exploradores polares”, “El silencio en la era del ruido” y “Caminar”. En toda la obra de Kagge se destila pensamiento estoico llevado al mayor de los pragmatismos. El esfuerzo y la superación de la adversidad concentrándonos en el día a día, la experiencia del silencio como experiencia de la totalidad, la atención plena en los pequeños detalles que nos recuerda a otro estoico conocido nuestro, Thoreau, y la forja del carácter y sus virtudes, hacen de nuestro hombre un sabio moderno.

El paisaje troquela nuestro carácter, el esfuerzo, las inclemencias del tiempo, la incertidumbre y la curiosidad nos van empujando hacia un autoconocimiento de nosotros mismos. El verdadero viaje, como decía Hermann Hesse, es un viaje hacia sí mismo, un eterno retorno que nos lleva hacia nosotros. Todo viaje del Héroe es un viaje de autodescubrimiento, donde nos enfrentamos con nosotros mismos. Todo camino es una vía de conocimiento interior. Kagge cuando deambula por los solitarios y helados parajes de los polos, se enfrenta a sus miedos, a su soledad, al silencio y esa mirada que le lleva a escrutar los horizontes sin fin, también la lleva hacia su interior y allí se encuentra el mismo. La búsqueda del héroe termina cuando se encuentra en el lugar de partida y se hace consciente que siempre ha estado allí mismo. No hay mas mundo que él, no hay más horizontes que los de su conciencia y arrebatado de esa sensación de humildad y pequeñez por la vastedad del paisaje, uno se descubre a si mismo que la existencia infinita siempre yace en nuestro interior y que como decía Paracelso, lo de dentro es lo de fuera y lo de fuera es dentro. Kagge nos descubre que debemos ser nosotros mismos y que el viaje de autodescubrimiento siempre empieza y nunca termina. Tu caminante, tu explorador, debes ir ligero de equipaje y dar el primer paso con confianza y determinación, lo que descubrirás no te defraudara.