Almendros en Flor, ¿cuál es tu cielo?

Autor: Jonas Navarro

Todos y cada uno de nosotros tenemos una visión, una intuición, una sensación, si se quiere, de lo que puede ser el cielo.

El Edén, ese lugar atemporal que a lo largo de las tradiciones y culturas, siempre ha estado presente para dar cobijo y protección a los justos, a los que han alcanzado la virtud. En mi caso, dos son las imágenes recurrentes que impregnan mi imaginario, una representada por las playas de dunas del Levante español, que la asocio a las agradables veladas que mi familia, siendo mis hijos pequeños, disfrutábamos rodando por sus suaves arenas, días de diversión, días de sentir que en la vida estaba todo hecho. Un cielo que un día como hoy quiero compartir con ellos.

La otra imagen que impregna mi imaginario, es la de un frondoso y acogedor bosque de almendros. El almendro, siempre me ha resultado un árbol sublime, bello, elegante y espiritual. Sus colores pastel, su modo de reflejar la luz del sol y la paz que atesoran, les hacen conferir un aspecto semidivino.

 

 

 

 

 

 

Mi pequeño paraíso personal lo encontré, hace muchos años, en el centro de Madrid, en plena calle de Alcalá, en el parque “La quinta de los molinos”, un parque abierto al público, perteneciente al marqués de Suances y que desde hace unos años podemos disfrutar los madrileños. Este parque tiene grandes ventajas: no es muy grande, no está excesivamente tocado por la mano del hombre, lo que le aporta una visión semisalvaje, y además, presenta grandes campos repletos de almendros. Los parques versallescos, tocados por la mano humana, donde se pone orden a la naturaleza y todo está perfectamente arreglado para el deleite de los sentidos, son artificiales.

 

 

 

 

 

 

Yo prefiero la naturaleza agreste, la naturaleza desordenada, la que trasfiere fuerza y energía, exactamente igual que el inconsciente humano. Por este parque me gusta vagabundear sin rumbo fijo, constatando lo que los artistas de todos los siglos y, sobretodo la corriente de pintores trascendentalistas norteamericanos del siglo XIX encabezados por Asher Brown Durand decían, y es que la contemplación de la naturaleza es terapéutica.

Allí, en mi pequeño paraíso arbolado de almendros, sentándome tímidamente en un banco, como si tratara de que nadie me viese, me abstraigo en la contemplación de la belleza que emerge en ese momento y en ese espacio. Allí, alrededor de estos árboles, hay algo especial, algo que no sabría calificar y que está en relación con la paz, el silencio y algo profundo, misterioso y numinoso, que me interrelaciona con mi entorno y me hace expandirme por los campos.

No soy tan arrogante como para pensar que esto es una visión mística, que es una percepción excepcional que me toca y me pone en relación con otra Realidad superior a la mía. Lo que sí puedo afirmar, desde mi humildad, es que lo que yo siento allí, es inigualable, intransferible, me da paz y me reconforta, por eso, esa es mi experiencia, esos son mis almendros, ese mi cielo. ¿Dónde está el tuyo? Hoy es un buen día para compartirlo con los tuyos.