Corría el año 1923 y se preparaba una expedición al Asia central que durante casi cuatro años recogería de manera exhaustiva paisajes, fauna y flora y quizás lo más importante, etnografía, lingüística, mística y tradiciones. A la cabeza de esta importante expedición, una de las más importantes del siglo XX, se encontraba el célebre pintor ruso Nikolái Roerich y su esposa Helena. El producto de aquella hazaña se materializó en el Instituto Urusvati, de estudios himalayos en el valle del Kulu, donde residio y falleció nuestro protagonista.
Roerich es uno de los más grandes pintores de la vieja Rusia y uno de los talentos más reconocidos de la historia del arte universal, con más de 7000 lienzos que decoran las mejores aredes museísticas del mundo. Además fue el padre en el año 1935 del llamado “Pacto Roerich” encabezado por el presidente Roosevelt junto a muchas otras naciones para proteger y preservar internacionalmente instituciones artísticas, científicas y obras de arte, en caso de conflictos bélicos y políticos. Pacto ahora destruido por los talibanes al acabar con gran parte del patrimonio cultural de su país y de la humanidad.
Pero independientemente de las cualidades artísticas de este hombre, profundamente influido por su compatriota Tolstoi y por la cultura oriental, de la mano de Tagore, Ramakrishna y Vivekananda, su gran dimensión mística y espiritual lo convierten en un gran buscador, en un artista esotérico que rastreó el origen de la humanidad y la conexión con los dioses. Esos dioses que vinieron de las estrellas, gigantes compasivos que, según narra el Génesis, se mezclaron con los humanos para dar lugar a nuestra raza. Esos dioses que procedentes del sistema estelar de sirio fueron origen de la Atlántida y que comenzaron la génesis de la civilización en el antiguo Egipto, de la mano de Thot.
Roerich y su esposa Helena pasaron grandes periodos de sus vidas explorando las montañas sagradas de nuestro mundo, para descubrir la mítica ciudad de Shambhala, donde la mística Hermandad Blanca, una secta de monjes sabios, ocultan una esmeralda caída de los cielos y que gracias a sus propiedades especiales sale de las entrañas de la tierra, para restaurar el equilibrio en el mundo y facilitar la evolución de los humanos. Esta misteriosa piedra procedente de Orión y denominada “Piedra de Chintamani”, se puede observar en muchos de los cuadros del gran Roerich.
Los cuadros de Roerich son auténticos, sencillos, con colores puros y reflejan una dimensión mística que les dota de una cualidad enigmática, mágica y mística. Es la misma cualidad y la misma escuela profunda de otros grandes como Leonardo Da Vinci, Rembrandt o Blake, otros gnósticos de la pintura. Por ello debemos contemplar las obras de Roerich como una aventura en busca del Grial, en sus cuadros nos ha dejado las pistas para descubrir nuestros orígenes.
El maestro de las montañas, como se le denomina al pintor, que parafraseando a Dostoyevski “La conciencia de la belleza, salvará al mundo”, nos indica nuestro origen en las estrellas.