Este pequeño poema lo escribió el día de su muerte, uno de los más grandes poetas japoneses, Matsuo Basho en el año 1694. La técnica utilizada se denomina Haiku y es un pequeño texto que pretende captar el concepto y percepción en el aquí y el ahora de una realidad.
Para la mente racional y occidental, este tipo de textos se hacen muchas veces ininteligibles, por su concisión, su ausencia de verbos y pronombres y porque para su aprehensión es necesaria una estructura mental nada similar al lenguaje dialéctico occidental, sino que se necesita un lenguaje que integre y que no divida.
La quintaesencia del Haiku es el libro de Basho: «Haiku de las cuatro estaciones«, un texto que rezuma experiencia directa de la naturaleza.
Basho fue un Samurái, que tras la muerte de su señor feudal, optó por formarse en meditación Zen con un famoso maestro y recorrer Japón en peregrinación continua. Es por ello que la técnica del Haiku está inextinguiblemente unida al despertar de la conciencia, al desarrollo personal máximo, que nos hace percibir la realidad tal cual es, sin aditamentos, en su pura y descarnada explicitación fenomenológica.
El arte del Haiku exige una disposición determinada del alma para escribirlo y para leerlo, por eso podríamos hablar de que el Haiku es la poesía mística oriental más profunda. Me viene a la mente otro afamado poeta coetáneo de Basho, Samurái y maestro de espada, que mitificó las artes marciales y se dedicó a la meditación y la poesía, Miyamoto Musashi y que afirmaba: «Una cosa es exactamente todo, todo es exactamente una cosa».