Como conocéis, amigos lectores, soy un gran privilegiado por contar entre mis relaciones con importantes hombres de la creación artística, desde Antonio Gala, pasando por José Luis Sampedro, Luis Mateo Díaz, Alberto Vázquez Figueroa, Fernando Sabater, y el desaparecido José Saramago. Frecuentar a estos grandes artistas me ha hecho apreciar la realidad desde una perspectiva más metafórica, me han enseñado a fabular y ser señor y dueño de mis pensamientos y mis sueños.
Posiblemente con ellos haya aprendido más cosas, como por ejemplo, apreciar la belleza, respetar el trabajo artístico y llegar a comprender la grandeza del corazón humano en toda su plenitud. Por circunstancias personales y vivenciales, he terminado por convertirme en médico-amigo de la mayoría de ellos, he asistido a sus dolencias, he paliado sus miedos y también he combatido algunas de sus angustias.
Uno de mis mejores amigos literarios, pasa por un mal momento anímico, está triste, depresivo y nunca le he visto de una manera tan desarraigada, incluso llegándome a confesar que ya no quiere vivir más, que prefiere morir. Yo aprecio en lo humano a ese hombre y le admiro en lo literario, y he tenido que tomar cartas en el asunto, por lo que, además de recomendarle el medicamento más adecuado, le he instado a que se enfrente a sus propios miedos y escriba sobre el motivo de sus penas…eso sí, sin metaforizar, siempre real y crudo como el viento de la mañana: una terapia a base de la escritura
Él lo ha entendido, ese trabajo solo lo puede hacer él, ha entendido que ese trabajo le reportará paz y comprensión.
Este post es hoy para desearte mucho ánimo, amigo.
Presentación: La escritura como terapia