Esa sensación panteísta, de que estaba en presencia de Dios, de que lo auténticamente natural me mostraba sus secretos más íntimos, se producía cuando mi alma se encontraba en un especial estado de alerta, digamos se encontraba preparada para sentir y percibir de un modo especial. Quien había preparado mi alma, como si de una vasija sagrada se tratara, había sido la lectura de dos poetas, que para mí, tocan lo sagrado y rasgan el velo del misterio de la existencia: Tagore y Whitman.
Viene a mi mente en este momento estas escenas, de gran lirismo y de arrebato del Ser, porque acabo de leer un pequeño libro titulado: “Habla Walt Whitman”, que es posiblemente de los pocos libros en prosa donde se recogen opiniones, ideas y reflexiones del poeta americano. Merece la pena adentrarse en la mente de Whitman, aunque si alguien quiere conocer en profundidad a este gran autor, debe de degustar, vivir y latir con su gran obra “Hojas de hierba”,el gran libro de su vida, pues Whitman, escribió este libro a lo largo de toda su existencia y tal y como el propio autor relata, este libro creció como la corteza de un árbol, por lo tanto allí esta el Whitman joven, maduro y anciano, sus deseos, sus aspiraciones, sus sentimientos, su Ser.
Whitman fue contemporáneo de Emerson, del que era amigo y admiraba y de Thoreau, con el cual compartía ideas y sentimientos. Leyendo la poesía de Whitman, se siente ese aire fresco y natural, conmovedor y apasionado de esta generación de americanos que fundaron toda una forma de estar-en-el-mundo, libre, salvaje, genuina y sobretodo auténtica. Leyendo a Whitman, recordaba las reflexiones estéticas de otro gran americano, Edward Hopper, donde la coincidencia es asombrosa, pues los dos buscaban la autenticidad, la simplicidad y, en definitiva, la verdad. Whitman fue algo mas que un poeta, fue ante y sobretodo un místico sabio, un hombre sencillo, rebelde, amante de lo bello y entregado a la naturaleza: “¿de qué valen las teologías, cuando uno mira una roca, un árbol o el mar?”.
Esta percepción panteista de la existencia, donde el hombre es una cadena más de la estructura del universo, un ser que comparte con la hormiga, las estrellas y los mares la misma sustancia de la existencia, me ha perseguido a lo largo de toda mi vida. Comparto esa visión. Whitman me ha enseñado a reir con el río, correr con el ciervo y a abstraerme con las estrellas; pero sobretodo me ha enseñado a reivindicar lo más preciado que hay en mí: mi Ser más auténtico.
Cuando mi ánimo está abatido y las horas más bajas llenan de tinieblas mis momentos, hay una imagen evocadora que me infunde energía y optimismo. En ella me veo paseando de la mano del viejo Walt por los bosques de Concord. Sus ojos brillan sabiamente y con su voz pausada y sonora, me habla de la existencia, de la vida de los árboles, del alma humana, de los estados anímicos de los ríos, y de la tierra fermentadora de vida. En ese momento comprendo que Walt no ha muerto, que vive en mí y como si de un daimon se tratara, toca mi alma, para enseñarme a vivir.
Gracias Whitman