Aunque la expresión que da origen a esta pequeña reflexión tiene apariencia de redundancia, encierra dos conceptos totalmente diferentes. De hecho puede haber, también, un buen médico malo y un mal médico bueno. El buen médico es aquel que tiene los conocimientos y las destrezas necesarias para atender los problemas de salud curativa y preventiva. En general es eso lo que persiguen las escuelas de medicina y los sistemas de acreditación de especialistas: la formación de buenos médicos. El médico bueno se caracteriza por cualidades fundamentales, entre otras: humanidad, compasión y amor.
A pesar de las modificaciones que han surgido en el ejercicio de la medicina actual, sigue siendo válido el concepto que expresó en la edad media el médico y filósofo judeo-español, el rabí Mosé ben Maimón, más conocido con el nombre de Maimónides: «la medicina es algo más que una ciencia o un arte, es una misión totalmente personal». Esto significa que nuestra profesión sigue siendo la ciencia y el arte creados para aliviar el sufrimiento.
Todos tenemos claro que el médico necesita conocimientos teóricos y habilidades prácticas para ejercer la medicina con eficiencia. El médico tiene la obligación ética de adquirir una preparación suficiente en calidad y en cantidad para brindar lo mejor a su paciente. El mayor incremento resolutivo del médico de familia, con el objetivo de cubrir las expectativas del ciudadano, lleva aparejada una mayor valoración del papel que representa y el impacto en su entorno. Esta mayor dimensión de la figura del médico de familia conlleva una mayor capacidad de gestión y de control de calidad de sus actividades, funciones y procesos.
Es el propio médico el que se encuentra embargado en un continuo proceso de formación continuada y de exigencia, a la hora de verificar la calidad de los servicios que presta a los ciudadanos. Por todo ello hay que dotar al médico de familia de herramientas útiles para que pueda, él mismo, y no otros, realizar este control y garantía de calidad de su actividad, de la de sus compañeros y del equipo de Atención Primaria en general.
Pero hay algo de lo que en las Facultades de Medicina aún queda mucho por hacer y desarrollar, que es la enseñanza como médico humanitario, para hacer que los futuros médicos no sólo lo sean, sino que también se «sientan médicos«, porque como recientemente manifestaba: «no es mejor médico el que más conocimientos tiene, sino aquél que más mejora el sufrimiento de sus pacientes».