Mi buen amigo Javier Sádaba, catedrático de ética de la Universidad Complutense, alega que estamos en un periodo de “sobre humanismo”. Con ello quiere indicar que todos buscamos una exaltación de los valores humanos con gran intensidad y desgarro, con motivo de paliar la intensa desertización de lo social, lo moral, lo sacro, la crisis financiera….
La humanidad ha sobrevivido en muchas otras ocasiones a situaciones devastadoras, caídas de civilizaciones, guerras mundiales, cataclismos…, pero el ser humano siempre ha sobrevivido a todas ellas. ¿Os acordáis del diluvio bíblico?. En uno de los pasajes más conocidos del Antiguo Testamento, Noé y su familia, personas nobles y cercanas a Dios, son salvados de la destrucción del mundo, pues Iahvé les anuncia el gran cataclismo. Él y su familia eran los encargados de salvar a la fauna y la flora, a la vida en todas sus manifestaciones. El agua purificadora lo inunda todo y ellos son capaces de abrir un nuevo ciclo de vida, donde se establece una alianza entre Dios y el hombre. Noé, un hombre corriente, no perfecto (era cojo) poseía grandes valores morales y humanos, que les hicieron navegar por las indómitas aguas, sin destino fijo durante meses.
Esta metáfora podría ser aplicada a la actualidad, pues el cambio de paradigma sobre la
faz de la tierra, nos lleva por las aguas turbulentas de las finanzas,
la economía, la pobreza, la violencia, las guerras, la globalización… El relativismo moral, el “todo vale”, la amoralidad, la corrupción, las perversiones sociales y personales…, todo ello barrunta tempestades. ¿Quedaran personas como Noé, capaces de agarrarse a sus principios y valores humanos para sobrevivir a la debacle?
Todos tenemos la obligación de revitalizar la poesía del mundo, todos tenemos el deber de reanimar la vida y la belleza, potencia el SER y despojarnos del tener, todos debemos poner nuestro granito de área, para que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, conserven su humanidad más profunda. Se debe de huir de la cosificación y convertirnos en “ángeles anunciadores” de los dioses. La naturaleza, el mundo, el universo, el hombre, tiene la obligación moral de hacer algo por su propia estirpe y por la vida más intima de cada célula y cada átomo.