[vidDebo confesar que, desde que era pequeño y mi madre me llevaba los fines de semana, el Museo del Prado, es uno de mis lugares preferidos para vagabundear y perderme por sus salas. El mejor plan es acudir un viernes en la mañana y deambular por sus salas en espera de que la belleza salga a nuestro encuentro. Después de estar imbuido de belleza, nada mejor que un lento paseo por el Parque del Retiro, para sedimentar la saturación estética.
Una vez confesado uno de mis planes favoritos, debo a su vez confesar que en mi errático deambular por las salas del Prado, siempre término sentado en tres de sus salas que, como un imán, atraen mi curiosidad y que no me canso una y otra vez de contemplar. Una de ellas es la sala dedicada al barroco español, presidida por Bartolomé Esteban Murillo, el pintor de la ternura, los niños y las vírgenes, como se le conocía. Allí sentado, mis ojos se clavan en una escena cotidiana captada por el pintor sevillano y que bien puede estarse reproduciendo en estos momentos en cualquier hogar. Un niño pequeño juega con su mascota, un pequeño perrillo, y para hacerle de rabiar le enseña en su puño un pequeño gorrión. El perro quiere que su joven amo le arroje el pajarito, pero el niño atenaza con fuerza el gorrión, no pretende soltarlo, solo hacerle de rabiar, provocarle…, engañarle. Ante la atenta mirada de su padre, este le protege, sin agarrarle y sigue el juego de su vástago, sonriendo y en eterna complicidad.
Sin lugar a dudas, el juego de su hijo le recuerda los juegos de su infancia. El padre cansado de trabajar, ha dejado las herramientas y se ha puesto a jugar con su hijo con ternura y cariño. La madre, en un segundo plano esta tejiendo y, les observa con una mezcla de ternura y dulzura, producto sólo del amor incondicional por un hijo y de la admiración sin limites hacia un marido, que es su compañero y que pese a su masculinidad, es capaz de mostrar una sensibilidad tan acusada.
Este maravilloso lienzo no es otro que “La sagrada familia del pajarito” y muestra a la a Jesús de niño y sus padre, María y José, en una extraña imagen, pocas veces representada. Como he dicho, podría representar a cualquier familia cotidiana y somos nosotros los que ponemos la sacralidad en las figuras que representa, pues lo mas sagrado esta en los más cotidiano. La luz anaranjada y tenue de la estancia y la figura colosal de José, llenan todo el lienzo, aunque la atención se centre en Jesús y su travesura.
Una y mil veces que contemple el cuadro me produce el mismo sentimiento de ternura y cariño, quizás por la relación entre padre e hijo y porque en mi recuerdo aparece en mi memoria una y otra vez la colosal y tierna figura de mi padre.