La película de finales de los años 90, protagonizada por Robin Williams, “El hombre bicentenario”, es algo más que una película sobre robots, o ciencia ficción, es toda una reflexión sobre aquello que nos hace realmente humanos.
El otro día la volví a ver, sin duda una gran película, protagonizada por el polifacético Robin Williams, que aborda la historia de un robot que quiere convertirse en humano. En esencia el argumento es sencillo, pero nos invita a una reflexión profunda acerca de la humanidad, los sentimientos y los grandes valores humanos. Esta película está basada en varios libros del padre de la ciencia ficción, el bioquímico ruso-americano, Isaac Asimov, uno de los escritores y ensayistas más prolijos que han existido en el siglo pasado y en lo que llevamos del actual. Aparte de su famoso “Yo robot” y la saga de la “Fundación”, son muchos los escritos de este vanguardista pensador sobre la incorporación de las máquinas en la sociedad humana y lo que las diferencia a los humanos.
Cualquier ser humano reflexivo debe de realizar una atenta lectura de las novelas, ensayos y escritos en general, de este sabio. En este caso, y en lo que al hombre bicentenario se refiere, podemos comprender que una máquina es una máquina, y por muy perfecta que ésta sea y que imite las conductas humanas, hay algo que le falta para que pueda convertirse en humana, le falta chispa, le falta “Alma”. Pero como se narra en la película, Andru, el robot, no es como los demás, es único. Lo que le otorga esta distinción es el don de la curiosidad y por lo tanto de la búsqueda, el explorar continuamente el conocimiento, el sondeo del propio destino, la investigación sobre el propio Yo, y por último el deseo y búsqueda de la libertad. El contacto de Andru con el arte, le lleva a experimentar el placer de la belleza estética y por lo tanto lo acerca a la creatividad. La curiosidad y el ingenio, acompañado de la creencia de su dueño en él, son los motores del cambio.
Interesante reflexión, decía Miguel de Unamuno que “lo que nos hace más humanos, no es la inteligencia, sino la conciencia de la mortalidad”. En esta película se aborda la muerte y el destino. A lo largo de ella observamos la transformación externa de Andru y a la vez contemplamos su metamorfosis interna. Al final asistimos a la conclusión de que muchos humanos son menos humanos que la máquina-Andru, pues para ser verdaderamente humano, el individuo debe de hacer gala de los más excelsos valores de la humanidad. Toda una metáfora del mundo contemporáneo y una clara misión: “re-humanizar la humanidad”.