Aser García Rada, no necesita introducción ni presentación en el mundo de la blogosfera, ni de la comunicación en salud y otras cosas de nuestros días. La mayoría conocemos de él su faceta reivindicativa, crítica, de luchador constante, pero somos menos los que también conocemos su lado más sensible y afectivo
Hoy Aser nos transmite en este relato un día de los muchos que como profesionales de la medicina hemos sentido, vivido, percibido. Una enfermedad que no nos enseñan a curar en la facultad de medicina, ni tampoco en el postgrado.
Gracias de nuevo, Aser por compartirlo con todos nosotros.
La enfermedad de los médicos
Una mujer llora en la consulta mientras explica que está enamorada de un hombre casado. El hombre le dice que va a dejar a su esposa, pero eso dista de ocurrir. Su médico, sin mediar palabra, realiza ese gesto barato pero altamente terapéutico de acercarle una caja de pañuelos de papel -lo que me recuerda que debe haber una en toda consulta para enjuagar lágrimas ajenas o propias de cuando en cuando-. «Disculpe, porque estoy desperdiciando su tiempo», dice ella. «No, usted está sufriendo», responde el doctor.
Como en esta ocasión, La maladie de Sachs (Las confesiones del doctor Sachs, Michel Deville, 1999) refleja con austera precisión la cotidianeidad de muchos profesionales. Con plano fijo y pocas palabras, Deville capta magníficamente docenas de demandas habituales, cuestiones más o menos trascendentes de carácter social y económico mezcladas con problemas emocionales o discapacidades físicas, a través de las cuales muestra el perfil cinematográfico más cercano que recuerdo de lo que a mi juicio es un médico. Esto es, el de una persona normal. Una que ni siquiera tiene la profesión más importante del mundo, cómo si alguna lo fuera…
Mientras se ducha, Bruno Sachs (Albert Dupontel) se queja de que ya no se le levanta por las mañanas como antaño. Descubrimos sus preocupaciones, su cansancio y su compromiso con los pacientes que critican indiscriminadamente su pelo descuidado o cómo ha afrontado sus problemas esta vez. No es un héroe ni un villano, nada extraordinario le sucede, no se despierta un día para darse cuenta de que tiene un grave cáncer que le lleve a replantearse su relación con los demás, probablemente nunca publicará en una revista de impacto y ciertamente no va a ganar un Nobel ni a salvar el mundo. Solo intenta realizar y sobrellevar lo mejor que puede su trabajo como médico general en una pequeña localidad francesa donde todos se conocen.
Aunque aún percibo a muchos médicos sentirse por encima del bien y del mal –quizás incluso de forma inadvertida-, Sachs nos recuerda que fornicamos, hacemos caca, necesitamos vacaciones, amamos y queremos ser amados, tenemos nuestras expectativas, mediocridades y, en fin, todo ese tipo de cosas que pretendemos ocultar tras una bata o un pijama de quirófano. También tenemos diferentes maneras de lidiar con nuestra vicisitud cotidiana. Nuestro protagonista, por ejemplo, se reconcilia consigo mismo escribiendo un relato sobre sus pacientes. En una elocuente escena su pareja lee parte mientras él duerme. La mayoría de las enfermedades, dice, se denominan con el nombre del médico que las describe, no el de la persona que las sufre. Es decir, los médicos son los dueños de la enfermedad.
Sin embargo, la enfermedad de Sachs es la de cada una de las personas que acuden a su consulta y la que, a su vez, descubre su propia fragilidad y también su fortaleza. Viene al caso rememorarlo porque en una sociedad donde el sufrimiento, la muerte, o la frustración se entienden inaceptables y en la que se nos enseña sistemáticamente a ocultarlos, probablemente nuestro mayor privilegio como médicos es conocer a las personas en el momento en que son más vulnerables. Ese en el que no hay lugar donde ocultarse porque la enfermedad derriba nuestras fachadas de atrezo con la misma facilidad con la que el viento arrastra las hojas secas para revelar el desamparado rostro de los solares en ruinas. Una magnífica oportunidad para aprender sobre nosotros mismos que personalmente confío en que, si tengo una mente suficientemente abierta y sensible, puede que me sirva cuando eventualmente pase a ocupar el otro lado del escritorio.
Y es que en esta época de decadencia y alienación, de alguna manera similar a la precedente a las grandes Guerras Mundiales, debemos recordar estas cosas sencillas para continuar entre los márgenes del camino. Sin dejar de esgrimirla, que no nos despiste nuestra queja. Tengamos presente nuestra esencia y nuestros valores no tanto por ser médicos, sino principalmente porque somos seres humanos, en este caso a cargo de otros seres humanos. Probablemente nuestro aprendizaje más importante deba ser el que nos permita afrontar nuestro propio dolor y reivindicar justicia y razón sin dejar de ayudar a los demás de manera eficiente. Ese que en algún momento puede que también nos ayude a no acabar de nuevo matándonos los unos a los otros.
Aser García Rada. Pediatra, periodista, actor y bailarín.
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