Pocos son los que hoy en día se cuestionan los beneficios del autocuidado, por más que muchos lo confundan con la tan criticada automedicación, aun siendo ésta responsable. El concepto de autocuidado es sin embargo más extenso, y son muchas las barreras que hoy en día existen para su implantación por el ciudadano, e incluso para la formación en dicha cultura por parte de los profesionales de la salud.
Podríamos definir el autocuidado como el “conjunto de recursos personales que, voluntariamente pone en marcha el individuo sano o enfermo, para consigo o para con otros, para incrementar la calidad de vida integral a lo largo de toda su vida” (I Conferencia Internacional sobre Promoción de la Salud -Otawa, 1986-). Lleva por tanto implícitas el fomento de una serie de medidas educacionales, como la autonomía del ciudadano, su libertad individual, incremento de la información del ciudadano en materia de salud, aprendizaje de estrategias pedagógicas, cognitivas, psicoafectivas…
Entre los beneficios del desarrollo del autocuidado en nuestra población se encuentran los individuales, para el propio ciudadano, como el impulso que supone a la solidaridad y compromiso social: “dar a los demás”, que contribuye en una mayor y mejor calidad de vida y una mayor autoestima y sensación de control de su propia vida. Pero también conlleva beneficios para la propia sociedad, ayudando a la vertebración de los agentes sociales, incrementando la cultura de la salud, al trabajar con el concepto de “calidad de vida integral” y el fomento de la prevención, promoción y educación para la salud, generando sociedades responsables, maduras y más sanas.
Sin embargo todavía son bastantes las barreras actuales para una mayor implantación y difusión de la cultura del autocuidado, no solo entre los ciudadanos, sino entre los propios profesionales sanitarios; siendo el fundamental de tipo político, y es que no existe interés político en implementar estrategias de cultura de la salud, ya no solo por el tan acuciante problema económico actual, sino porque supondría desplazar la capacidad de decisión del político al ciudadano, y supondría una reorientación del modelo de atención sanitaria actual hacia un abordaje socio-sanitario.
También los profesionales sanitarios tenemos nuestras propias dificultades o barreras para fomentar entre nuestros pacientes el autocuidado, la mayoría de las veces motivadas por una deficiente información y formación durante el grado y el postgrado de medicina, con la tan consabida sobrevaloración de la cultura hospitalo-centrista, en detrimento de la AP e infravaloración de los procesos de autocuidado; pero también por las dificultades estructurales y organizativas, del ámbito de la AP, para desarrollar propuestas de autocuidado. Pero incluso si se salvaran todas estas dificultades nos encontraríamos con las del propio ciudadano que prefiere el rol paternalista del profesional, en el cual deposita y delega su cuidado y la toma de decisiones, manteniendo una escasa conciencia, formación, habilidades y recursos para cuidar de su propia salud.
Sin embargo, “nunca es tarde, si los resultados merecen la pena”, por ello, y dada la situación económica actual, nos encontramos en una situación ideal para comenzar a implementar las medidas más sencillas y económicas para comenzar a concienciar, dentro de nuestras posibilidades como médicos de AP, de la importancia y beneficios del autocuidado entre nuestros pacientes.