“Cuando las barbas de tu vecino veas quemar, pon las tuyas a remojar”, eso es lo que debió pensar Farmaindustria y la Industria de la Innovación e Investigación Tecnológica, cuando asistieron atónitos al recorte presupuestario del Gobierno de la nación, nada más y nada menos que de siete millones de euros, de un plumazo. Más incertidumbre se generó cuando plataformas de ensayos clínicos han sido desmanteladas, dejando huérfanos a más de sesenta proyectos de investigación clínica y centros de referencia, como el Instituto Carlos III, que tienen serios problemas de gestión. Y es que Farmaindustria no gana para sustos, pues en los últimos cuatro años han existido múltiples movimientos sísmicos que han llevado a continuos replanteamientos del sector farmacéutico, siendo los últimos terremotos la prescripción por principio activo, los ajustes en los precios de los fármacos, los catálogos restringidos de medicamentos y los famosos “catalogiños”. Todos estos movimientos tectónicos hacen que el sector esté en un equilibrio inestable que favorece la desconfianza y la temerosidad en las inversiones. Aún así no debemos engañarnos, ya que esta situación de la industria del medicamento no es ajena a nuestra prima de riesgo, la desconfianza de los mercados internacionales y, en definitiva, a la gran duda que planea sobre la competencia y la competitividad españolas. Estoy absolutamente convencido que este tipo de medidas restrictivas de “gibarización de la investigación” y del I+D+i, conllevarán grandes efectos secundarios para el sector de la salud.
Un país es competitivo cuando su inversión en I+D+i se ve fortalecida y fundamentalmente cuando existen mecanismos de protección para la inversión y la investigación. Debemos recordar que la industria farmacéutica es la primera en innovación, por delante de la industria de la informática y la electrónica o incluso de la aeroespacial. Si a ello añadimos que el riesgo es el factor que más condiciona este proceso, pues los costes y el tiempo de poner en el mercado una idea son de entre 10-20 años y de 1000-1500 millones de dólares, el proceso de innovación está en riesgo elevado. El esfuerzo por parte de la industria farmacéutica es tan elevado que supone que en EEUU de 5000 nuevas moléculas, tan solo una sea aprobada por la FDA, lo cual significa que solo el 1% de las ideas alcanzan el éxito de la comercialización.
Son muchas las cuestiones que deben de abordarse con urgencia, dentro de que todas ellas deben de enmarcarse en un sector estable, con un marco legal flexible, donde las alianzas y pactos del Estado con la empresa privada deben de ser la tónica, facilitando la colaboración público-privada y haciendo del riesgo compartido el elemento predominante. Con un plan estratégico se puede innovar en lo más pequeño, para conseguir grandes metas (inversión incremental).
Vengo insistentemente comentando, que el Gobierno de la Nación debe de ser responsable y prudente, a la vez que decidido e innovador, pues sino España perderá el tren del desarrollo científico-técnico y ello tendrá graves repercusiones en el estado de bienestar de los españoles. El nivel de impacto en el tejido económico y social y en la salud de los ciudadanos se verá marcado por unas políticas restrictivas, que endeudarán y lastrarán por varias generaciones nuestra competitividad y nuestro futuro como país. Esta situación nos retrotrae a los Planes Marshall de desarrollo de finales de los años 50, donde todos coreábamos con gratitud y algarabía la inversión americana gritando”: !Bienvenido Mister Marshall!”; el problema es que ahora el FMI y el BCE no invierten y Mister Marshall se llama Sra. Merkel.