Desde que era pequeño he sentido una especial atracción por los paisajes árticos y muy particularmente por Alaska y sus vastas tundras. Creo que es posible que esta fascinación se deba a mis lecturas de Jack London, Verne y otros escritores que reflejaron el espíritu salvaje e indomable de la naturaleza en estado puro. Es posible que esta atracción me llevara a los grandes exploradores del ártico, pero es seguro que me llevo delicadamente de la mano a Thoreau. El hombre integrado en la naturaleza, la fuerza poética y espiritual de la misma que tan bien recogieran los trascendentalistas desde Emerson hasta Thoreau, pasando por Whitman.
Hoy en día, en una era tecnificada, donde pocos rincones del planeta tierra quedan por explorar y donde el ser humano trata de domesticar la naturaleza para hacerla un hogar confortable y seguro, aún resuenan en nuestro acervo milenario, las hazañas de los pueblos indígenas que tenían una comprensión del entorno que más allá de lo natural. El hombre en armonía con la naturaleza, la comprensión de los ciclos naturales de la vida y el respeto sagrado por un planeta que debemos cuidar, no solo porque es nuestro hogar, sino porque somos nosotros mismos. En una era del ecologismo de salón donde está de moda ser muy progre y mirar por lo medioambiental, acude con fuerza e intensidad algunos nombres que nos recuerdan de donde procedemos y que nuestra naturaleza no es ajena a nuestro entorno. En estos breves escritos, me he deleitado con autores como el francés Sylvain Tesson, el noruego explorador ártico Erling Kagge y el gran poeta americano de la naturaleza Gary Snyder. Ahora quiero llamarte la atención querido lector sobre el japonés Michio Hoshino y especialmente sobre su libro “El árbol viajero”. He vuelto a re-descubrir los paisajes árticos de Alaska y la visión poética de la naturaleza en estado puro. Sus relatos son fotografías descriptivas llenas de magia y poder de las migraciones de los caribúes, la caza con arpón de las ballenas o el peregrinaje solitario del lobo en la tundra. Los pueblos del norte aparecen sin solución de continuidad con sus geografías como chamanes ancestrales que beben de la sabiduría de milenios. Su lectura me ha vuelto a la infancia y a mi obsesión por conocer Alaska. Aun no es tarde, pero Michio me ha trasportado durante unos días junto a los lobos árticos.