Desde que era muy jovencito y estudiaba con verdadera pasión las ciencias naturales, siempre he tenido dos modelos de conducta científica: D. Santiago Ramón y Cajal y D.Severo Ochoa. Las lecturas de la investigación neurocientífica de Cajal y la investigación enzimológica y genética de Ochoa, me estimulaban a pensar que la pasión de mi vida era la investigación biomédica.
Aunque la vida personal y profesional me hayan llevado por otros derroteros igualmente satisfactorios, esa pasión por desvelar los misterios de la naturaleza siempre ha estado presente en mi vida. El primer año de la licenciatura de medicina enla UniversidadComplutense, tuve el atrevimiento de dirigirme por carta al maestro Ochoa, recién llegado de USA y cuyo trabajo lo desarrollaba en el Instituto de Biología molecular dela UniversidadAutónoma. En mi atrevida carta, le contaba al maestro mis inquietudes, mi pasión, mis deseos de volcar mi existencia a la investigación.
La carta la hice sin gran convencimiento, pensando que jamás llegaría a su destinatario, un sabio premio Nobel de medicina. Cual no fue mi sorpresa, cuando no tardando un mes, recibí la pronta respuesta del maestro. Leí una y otra vez, con avidez, su atenta respuesta, sus reflexiones y consejos. En ella me recomendaba la lectura del libro de Cajal sobre consejos y reglas para la investigación, que había estimulado su propia vocación investigadora. Me aconsejaba sobre el estudio y la perseverancia, consejos cercanos que a él le habían dado otros científicos con los que había trabajado, como el Dr. Negrin, otrora catedrático de fisiología y más tarde Presidente de la Republica.
Esa carta, para mí un tesoro que aun guardo con cariño y hoy quiero compartir contodos vosotros, fue el mayor estímulo de toda mi carrera, haciendo que fuera alumno en múltiples laboratorios, tanto en anatomía, como en histología e incluso neurobiología. Mi aprendizaje estuvo presidido por las palabras del maestro y me llevaron al estudio de la apoptosis celular, el de los cambios anatomofisiológicos en la presbiacusia, o los mecanismos neurobioquímicos de la esquizofrenia, siendo este mi primer artículo científico.
Nunca llegué a hablar personalmente con el maestro. Tan sólo en una ocasión pude contemplarle en público, impartiendo una conferencia. Al poco tiempo de fallecer, estando yo en Asturias, me acerqué a su ciudad natal, Loarca y allí, en el maravilloso cementerio con vistas al mar, lloré al maestro, le dí las gracias por el bien que me habían hecho sus palabras y le prometí no defraudarle nunca y ser un humilde transmisor de la ciencia española. Esta es la clara imagen de que una persona puede tener un maestro, que aunque separados por el espacio y el tiempo, sea un mentor real.