Decía Miguel de Unamuno que el ser humano tiene algo especial, algo que le diferencia del resto de los seres vivos, y ese algo es la conciencia de mortalidad. El ser humano sabe que va a morir, lo que no sabe es cuando. La sensación y toma de conciencia de la finitud de nuestra vida impregna toda nuestra existencia y hace que nos busquemos algunos “trucos” para poder soportar la angustia nihilista del vacío, del “ya no existe nada”, “todo ha pasado como una ráfaga de viento y nada hay, luego ya nada existe”.
Todas las grandes tradiciones espirituales y religiosas del mundo ponen énfasis en tratar de justificar que este periodo de existencia en la tierra es transaccional, es pasajero, marchamos de este mundo, pero hay otros mundos, hay otras dimensiones de la existencia. Esto me recuerda la bella metáfora que la Dra Kübler-Ross empleaba para explicar a sus pacientes pediátricos oncológicos sobre nuestro recorrido por la tierra, nuestro paso y nuestro más allá. Kübler-Ross escribió un bello relato titulado: “Carta para un niño que va a morir de cáncer”, en el que refleja su metáfora de la crisálida en el capullo que está a punto de re-nacer en bella mariposa. Independientemente de lecturas espirituales y metafísicas, la realidad es que, tras una expectativa media de 80 años si todo va bien, nuestro organismo comienza a acumular “fallos de funcionamiento”, que inevitablemente nos lleva a la muerte, a la extinción de nuestras funciones vitales.
Dado que no sabemos ni cuándo vamos a morir, ni de qué manera, ni absolutamente nada al respecto, mi pregunta sería “si la mayor parte de los seres humanos querrían tener estos datos y para qué los necesitarían”. En un interesante artículo aparecido en Anales de Neurología con Andrew Lim a la cabeza, se llega a una interesante conclusión acerca de cómo el reloj biológico interno y fundamentalmente los cromosomas, son los que tienen la última palabra a la hora del cese de las funciones vitales. Es típico el dicho de que “nuestra muerte está programada en los genes”, pero hasta ahora no es bien conocido el papel que juegan los mecanismos de apoptosis celular, la acumulación de fallos en la lectura del material genético o bien el papel de las telomerasas. En este interesante artículo se pone en evidencia que la existencia en determinados cromosomas de la asociación de adenina-adenina como un par de bases, hace que los individuos sean más madrugadores y que además sus muertes acontezcan en la mañana y más concretamente cerca de las 11 am. Aquellas mismas zonas donde se reúne como par de bases la guanina-guanina, son más trasnochadores y sus muertes se producen entre la tarde y la noche.
Bueno, queda mucho por investigar en los mecanismos de envejecimiento tisular, los fenómenos de oxidación…, pero es bastante probable que si preguntamos a la mayor parte de los individuos si quieren saber su hora de la muerte, o incluso sobre si el momento de su fallecimiento pudiera ser precisado, es probable que la inmensa mayoría contestaríamos rotundamente que no, que no queremos saber ni cuándo ni cómo.
Yo por mi parte debo tener guaninas-guaninas, pero he acostumbrado a mi organismo a funcionar como adeninas-adeninas, así que solo espero que en estas horas vespertinas del día, pueda disfrutar con vosotros de la magia de la vida, “carpe diem”
Referencia del artículo: Andrew SP, et cols. A common polymorphism near PER1 and the timing of human behavioral rhythms. Annals of Neurology Volume 72, Issue 3, pages 324–334, September 2012
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