El ser humano es de las pocas especies que presentan un claro instinto de ayuda al prójimo de manera desinteresada. También algunos mamíferos superiores, como algunos primates, presentan esta extraña cualidad dentro de su naturaleza. La evolución y los procesos de selección natural hablan de que todas aquellas facetas que sirven, ayudan y facilitan la supervivencia de la especie son seleccionadas genéticamente y se adquieren como rasgos peculiares de la misma. Pero qué decir cuando las acciones de los individuos, no sólo no favorecen la supervivencia de su género, sino que pone en peligro la vida de los sujetos que las ejercen. Si analizamos de manera pormenorizada la actitud de ayuda al prójimo en sus facetas más excelsas, no podemos encuadrar esas acciones dentro de la lógica darwiniana de la evolución. ¿Cómo podríamos entender pues la lógica interna de algunos individuos que han dado su vida de manera altruista por otros seres humanos, sin tan siquiera conocerlos?.
El famoso filósofo Rumano Mircea Eliade hablaba de que el ser humano posee un anhelo de trascendencia, es decir, persigue “el absoluto”, el más allá, el anhelo de acercarse a Dios. De ahí surge la religión, como un rasgo inherente a la persona y que nos diferencia de las demás especies. ¿Será la ayuda al prójimo otro rasgo similar? Lo que sí podemos aventurar es que el salto cualitativo individuo en su evolución le ha llevado más lejos que ninguna otra especie animal, aportando el anhelo de trascendencia y la ayuda al prójimo. Han sido muchos los hombres que han dado su vida por los demás, muchos de ellos han pasado por santos, otros por grandes hombres del pensamiento y la humanidad, pero todos ellos tienen algo en común: “la satisfacción de una vida bien vivida, a través de la ayuda a los demás”.
No hay nada que pueda hacernos sentir mejor y mejores que ayudar a los demás, nos produce felicidad, plenitud, da sentido a nuestra existencia y, sin lugar a dudas, nos hace más humanos. El voluntariado, entendido en sus múltiples formas, desde la ayuda ocasional a los demás, hasta la participación en estructuras como ONGs, donación de órganos, movimientos de ayuda…, nos da esa oportunidad. Y no tenemos que ser santos para ejercer esta ayuda. Cada uno dentro de sus posibilidades y capacidades puede, sin duda aportar un grano de arena, que puede resultar para otro todo un mar de dunas. En tiempos como los que corren, sin duda necesitamos de esta medicina, nuestro espíritu saldrá beneficiado, y si no lo apreciamos, es que deberemos subir la dosis en la medicación.