Querido bloguero, a lo largo de este blog ya te habrás dado cuenta, sin gran esfuerzo, que tengo ciertas manías, temas recurrentes y hábitos adquiridos, que creo que, a estas alturas, son de difícil modificación. No hace mucho os comentaba que una de mis distracciones preferidas era ser “caballero andante”, según la expresión acuñada por Thoreau y que a mi me gusta más calificar que «vagabundear». Pues bien, hay otro tema que es recurrente en mi existencia, y este es el del «silencio». Habréis leído no hace mucho, mi experiencia con el silencio realizando el Camino de Santiago o tras la lectura del místico Thomas Merton. Por «silencio» entiendo la profunda experiencia de la interiorización, del replegarse hacia adentro.
Esta experiencia de silencio es un estado. El individuo vuelca su mirada hacia su interior; como definían algunos místicos como Merton y San Juan de la Cruz, hacia el “hondon», hacia las profundidades de su propio Ser. El silencio y la quietud, son dos condiciones imprescindibles para alcanzar el núcleo más íntimo del Ser. Esta situación se puede generar por muchos métodos que desde hace siglos el ser humano ha empleado, con la intuición de que era la manera adecuada de llegar a conocerse a si mismo, contemplar nuestro verdadero «yo», rasgar las falsas apariencias. Estos métodos fueron empleados por los meditadores de todas las épocas, por los místicos, en definitiva, por los buscadores de lo auténtico y lo verdadero. Buceando en nuestro interior, hay quien encuentra su verdadero «yo»(Fritz Perls), o quien encuentra vacío (Buda) y quien encuentra la divinidad (San Juan de la Cruz), pero todos ellos sin excepción incrementan el nivel de su conciencia, de su atención, viven mas intensamente su ahora, son más auténticos y más felices en la alegría y en la desgracia, en el dolor y en el placer.
El silencio es la tónica dominante de todos los buscadores espirituales, ateos o creyentes, budistas o cristianos, orientales u occidentales. Silencio, silencio y más silencio. Al hombre contemporáneo le espanta el silencio, pues vivimos hacia el exterior, hacia los logros externos, hacia la acción, hacia la retórica, el barroquismo y el mundo de las apariencias. Nuestro «YO», está fabricando y genera, de manera continua imágenes, ideas, emociones, ruido, etc. Somos como un barco a la deriva en un mar embravecido por las olas y azotado por el viento contra las rocas, pero en el interior del océano, mas allá de la superficie, todo es silencio, calma y tranquilidad. Acceder al silencio no sólo hace que nos conozcamos mejor, sino que limpia de impurezas adquiridas tras años de educación, nuestro falso «yo», nos hace ser mas auténticos, vivir en el aquí y el ahora, ser más felices, y lo que es más importante, encontrar en nuestro interior algo que…………………, (esta parte querido lector la tienes que poner tú).
Manuel López Casquete es un joven sabio, no por sus conocimientos, sino “por su conocimiento”; no por su retórica, sino “por su silencio”; no por sus éxitos, sino “por sus vivencias”. Su libro «Las dos puertas«, es algo más que un libro, es una experiencia de alguien preocupado por el Ser humano, que quiere ayudarle a alcanzar su silencio preciado, que le llevará de vuelta a casa, a su verdadera casa. Hacía mucho tiempo que no me abstraía con la lectura de un texto tan profundo, tan sencillo y la vez tan sabio en sus propuestas. Creo que la capacidad de Manuel para trasmitir su experiencia interna, le hace ser acreedor de ser un verdadero maestro, “un maestro de la VIDA”. No solo te invito a la lectura atenta de este libro, sino a experimentar lo que su autor nos anuncia en él, aprender a vivir, ¡ahí es nada!, el arte más supremo y el más difícil, la obra de arte maestra de nuestra existencia, la obra de nuestra propia vida, una vida colmada, plena, llena de luces y de sombras, de puertas que se cierran y de puertas que se abren. Gracias Manuel, espero y deseo que nos sigas trasmitiendo tu autentica experiencia del vivir, para ayudarnos en nuestras tinieblas, como la luz de un faro en la niebla.
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