Los que somos lectores empedernidos, o como nos llama Fernando Savater, «lectores omnívoros», tenemos en ocasiones el impulso de conocer el alma de los artistas que tocan nuestro ser.
La belleza de la creación toca nuestro interior y nos sentimos en una comunión estrecha con el autor. Es como si el escritor, el pintor o el escultor, se comunicara directamente con nosotros. Ese es el mayor elogio para un artista, tocar el alma del espectador. Entonces, el espectador ansia conocer quién es ese ser que ha invadido su interior y que en muchos casos ha vivido en tierras y tiempos lejanos.
Muchos creadores nos dejan pequeñas pistas de su propio mundo interno y a través de ellas, entendemos mejor sus propias vivencias y su actividad creadora. Eso hace la autora Italiana Susana Tamaro, con el excelente y siempre delicado texto de «Cada palabra es una semilla», donde en tono autobiográfico, nos relata su infancia, sus sentimientos, sus miedos y tristezas.
No es una autobiografía al uso, es un bello y poético libro, donde su autora nos muestra pinceladas de su infancia, adolescencia y juventud. Después de su lectura entendemos mejor su ser en el mundo. Tamaro, es una artista que siempre me ha cautivado, por su sencillez y simplicidad, que es capaz de hacernos sentir la fuerza de la vida en cada latido de nuestro corazón.
Cuando en alguna tertulia literaria alguien aboga por la escritura «espiritual» e intimista, de autores de moda y culto, como Paolo Coello, yo siempre saco a colación a Susana Tamaro, pues ella, a través de los pequeños detalles, nos hace entrar en el eterno espectáculo fascinante del «Anima Mundi» platónico.
Es cierto Susana, que cada palabra es una semilla y tú siembras el espíritu de tus lectores.