“Los peces no cierran los ojos”: recuerdos de la infancia

En muchas ocasiones hemos descrito que existen muchos tipos de escritores. No siempre el género define al creador y muchas veces son otras variables las que perfilan las características del literato. En el mundo de la creación, sea esta pictórica, literaria, musical…, tener personalidad propia, es muy infrecuente, solo los grandes poseen esa chispa que los identifica para la posteridad. De esta manera un observador atento puede identificar un cuadro del Greco o de Monet de igual forma que un lector minucioso identifica a Pío Baroja o a Antonio Machado. Los grandes siempre dejan su huella indeleble en su obra y eso es lo que la hace eterna, perfecta en su infinitud, y atemporal.

Tenemos aquí a un escritor de raza, auténtico como ser humano y por ello irrepetible como creador, me estoy refiriendo al Italiano Erri De Luca, napolitano de nacimiento, que acaba de pasar por la Feria del Libro de Madrid con su última creación: » los peces no cierran los ojos». Leí de un tirón esta pequeña joya literaria mientras esperaba que mi hija realizara la Prueba de Acceso a la Universidad (solo los antiguos la seguimos llamando “Selectividad”) y reflejo este episodio, porque siempre  llevaré el recuerdo de la espera en la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma, en compañía de Erri.  Debo darte las gracias Erri, me has hecho un gran favor, aparte de tu valiosa compañía, he aprendido a conocerte mejor y me has hecho partícipe de tus recuerdos de infancia, porque sin duda, esta historia refleja tus vivencias de niño de diez años en un pequeño pueblecito pesquero del Nápoles de mitad del siglo XX. Y esa es la historia, un recuerdo vivamente almacenado en la memoria de un maduro escritor, el recuerdo del primer amor, el recuerdo de la vivencia de abrirse a la vida.

El texto es sencillo y de una  desnudez del lenguaje que hace decir a su autor, por boca de su protagonista: «no escribo frases que no puedan pronunciarse en lo que dura mi respiración». El lenguaje de Erri es sencillo, simple, desnudo, concreto y, sobretodo impactante. Cuando se lee un texto suyo, se tiene la sensación inmediata de que su autor nos está relatando de manera directa su historia. Su lenguaje nos golpea directamente, sin artificios, sin barroquismo, como un golpe directo a la mandíbula. Su estilo literario refleja a un hombre laborioso, trabajador, que pule y pule su lenguaje hasta conseguir podar todo lo innecesario para percibir, en una escueta frase corta, la esencia del fenómeno. Por eso Erri es como un fenomenólogo literario, alguien que consigue meterse en nuestro interior, descubriéndonos la esencia de la acción, del personaje o el sentimiento. No hay retórica, no hay poesía, sin embargo su propia poesía es la desnudez de la vida. Erri, como un maestro Zen, nos enseña y muestra sus sentimientos, sus emociones de tú a tú, de maestro a alumno. Erri es un hombre de dilatada vida, es un vividor de la vida, ha hecho de todo (periodista, conductor…). Sólo alguien que ha vivido con la intensidad de Erri, es capaz de trasmitir sus experiencias de una manera tan clara y diáfana. Como bien dicen mis queridos amigos Jose Luis Sampedro y Luis Mateo, sólo de la fermentación de la memoria, puede surgir el “humus literario”.

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